JESÚS CANO URBANO (Torke)
(España - 1968 - )
Jesús Cano Urbano, alias “Torke”. Nacido en 1968, un diez de Junio a las 6 de la mañana... El único día que madrugó en su vida.
Los estudios fue la etapa más desastrosa de su vida; a causa de una dislexia no detectada. Finalizó quinto de E.G.B. por alcanzar la edad limite. Declarado deficiente, trabajo durante ocho años en de fácil manipulación, pensando que era buenos trabajos para su nivel intelectual.
Ya adulto, comenzó los estudios de diseño gráficos y autoedición. La causa fue un error del ayuntamiento que le asignó a dicho curso. Conseguido el diploma, se atrevió con bibliotecario y documentista por la C.C.C. y tras ello, con básico de sicología.
Siempre escribió. Pero no como un hábito cultural, si no como una forma de expresión.
Hoy en día es técnico en domótica, y sonríe al leer la antigua y ácida carta de la profesora destinada a su madre: “Su hijo no será capaz de redactar ni la lista de la compra”
Publicaciones en pequeñas revistas como Clarín, Germán o Primacía.
COMO HERMANOS
¿Qué es el odio? ¿Un enemigo del amor? ¿Cuál más poderoso?
En el pequeño pueblo fue un nacimiento sonado. Dos hermosos gemelos rebosantes de salud. El primero alumbró con facilidad, como si ansiara llegar a este mundo. El segundo se agarró a las entrañas de la madre hasta matarla... Algo que el padre no perdonó jamás.
Al primero lo llamó Carlos, dedicó todo su tiempo y esfuerzo para darle felicidad. Las mejores ropas, los halagos más dulces, los mejores colegios.
Al segundo lo llamo Pedro... Y asesino en privado. Lo vestía con harapos y le dedicaba palizas e insultos a la menor oportunidad. Era fácil distinguirlos a pesar de ser idénticos;
El mal vestido y cabizbajo, aquel de expresión triste y amargada era Pedro. El de faz resplandeciente, que dedicaba una sonrisa al aire en plena mañana, era Carlos. El amado.
El padre dedicó toda su vida a odiar y amar sin prejuicio alguno ni disimulo. Los hijos, cada cual con su destino establecido, alcanzaron la madurez a la par que su padre la vejez.
Ya en su lecho de muerte, mandó llamar a su hijo Carlos.
- Dime, padre.
- Muy pronto abandonaré este mundo, y te quiero dejar todo aquello que he conseguido en la vida.
- Padre. ¿No sería el momento de perdonar a Pedro?
- ¡Jamás! –Bramó.- si por algo me voy satisfecho, es por la vida que le he dado.
- Debo confesarte algo, padre; tanto mi hermano como yo hemos tenido tu amor y tu odio.
-No te comprendo... Nunca le he demostrado la más mínima muestra de cariño.
- Nos cambiábamos la ropa... Nos hacíamos pasar el uno por el otro.
- ¡Maldito seas! Al menos tengo el consuelo de haberle amargado la mitad de su vida.
- Pero, padre... ¿A quién? Porque uno tuvo el cariño de su padre la mitad de su vida, y el afecto y sacrificio de su hermano la otra mitad.
- ¿Quién de los dos eres tú? –Preguntó desconcertado.
-Un no de tus hijos. Uno que te quiere.
Y marchó sin mirar a tras.
Sospecho que el amor y el odio, se acercan más a un instinto que al sentimiento.
Jesus Cano
Cuando no existe la luz…
Caulí corrió por el bosque. Un oportuno accidente en la caravana-jaula le permitió escapar. No era un reo; era negra carne de comercio. Por aquellos contornos no pasaría desapercibido, toda la zona practicaba el esclavismo, y su color de piel era demasiado delator.
Tras largas horas de carrera tropezó con un poblado oculto en la espesa arboleda. A pesar de estar entrada la noche ninguna luz destacaba en las ventanas. Penetro en sus oscuras calles con temor. Escuchó lejanos tintineos por todas partes. Pero nada comprendió.
Alguien tropezó con su espalda, y el se giró aterrado. Pudo ver a una blanca dama que le reprochó:
-¡Estas loco! ¿Por qué no llevas los cascabeles en los zapatos?
- ¿Cascabeles? –Preguntó asombrado mientras la dama palpaba su cara.
- ¡Tu no eres de este pueblo! ¡No puedes quedarte sin el permiso! – Y aferrándolo del brazo lo empujó hasta una gran casa.
Al penetrar, gracias a la tenue luz del fuego a tierra, pudo divisar un grupo de aldeanos. Pronto le dieron la bienvenida para explicarle el porque de aquel pueblo. Muchos años a tras una extraña epidemia arrebató el sentido de la vista a sus antepasados. Temerosos del contagio, fueron desterrados a aquella oculta zona. Pero la extraña enfermedad resultó hereditaria, durante generaciones murieron y crecieron en el poblado sin conocer la luz.
Caulí enloqueció de alegría. ¡Sin la vista no importaba el color de la piel, pues no existía! ¡El cielo le había escuchado! Rió al recordar las veces que deseó ser blanco. Aunque faltos de un sentido, eran más perfectos que el resto de la humanidad.
- Y dime, hijo. –Hablo un anciano con voz tranquilizadora- ¿Cómo has llegado hasta nuestro poblado?
- Escape de una carreta de esclavos y la divina suerte me trajo hasta vosotros.
El anciano grito indignado.
- ¡Habéis dejado entrar en esta casa a un sucio negro!
Calulí tornó a huir, estremeciéndose al recordar el odio asomando por aquellos ojos muertos... Odio, que comprendió, no nacido de un color; lo alumbraba un podrido sentimiento.
…El mal anda de puntillas.
Jesus Cano
CUENTAN
Cuentan...
Cuentan, que un día, la soledad vió su reflejo en un río y entristeció. Comprendió que le faltaba algo. Se sintió incompleta. Para cambiar tan amarga sensación, en un arrebato de egoísmo, comenzó la creación de una madre, sería el comienzo de un ser con cualidades suficientes para cuidarla y mimarla. Capacitada para dar sin pedir; Para agradecer en beneficio ajeno.
Tras concienzuda labor, quedó por llenar el corazón.
Posó en él constancia y mucho cariño. Fuera de él dejó el sufrimiento y la preocupación.
Lo sació de comprensión y dulzura. Alejó los desvelos y llantos.
Con su impaciencia por acabar tan suprema creación, tropezó volcando en aquel corazón todo aquello que apartó y desestimó.
¿Cómo repararlo? ¿Qué podría compensar tal desastre? Pronto lo supo; creó cuantioso amor. Pero por mucho que empujó, nada más cabía en aquel corazón. Era imposible meter allí tanto amor.
Lloró desconsolada, lo intento mil veces hasta caer rendida... ¡Jamás lo conseguiría!, se resignó. Más una fugaz idea le dio la solución, y por fin su obra pudo acabar.
Es por eso que en las madres... Sus manos están llenas de amor.
Es por eso que las madres... Siempre comprenden tu soledad.
Cuentan... y unas manos no me dejan duda.
Jesus Cano
DIMELO
En ocasiones, utilizamos las flores para expresar un sentimiento.
Adrián entró enfurecido en su nueva habitación. ¡Odiaba las mudanzas! Otra vez tendría que conocer las calles y hacer amigos empezando desde cero.
Se asomó por la ventana observando la ciudad. A apenas unos metros, otro edificio robaba la luz del día proyectando su opulenta sombra sobre el suyo. Una de las ventanas del avaro edificio se abrió, y lo que tras ella vió lo arrebató de sus pensamientos; Una hermosa muchacha, tumbada en la cama, hablaba a su madre. Esta le colocaba bien la almohada. A pesar de la palidez irradiaba alegría. A su pelo lo envidiaba el oro y de sus labios alumbraban el amanecer. De súbito, dirigió su mirada hacia Adrián y tras unos segundos sonrió. El muchacho retrocedió escondiéndose, rehén de aquellos castaños ojos, que durante la noche soñó.
Pasaron los días, y fue costumbre en Adrián, arrancar una rosa blanca al volver del colegio. Los cogía de las verjas de un abandonado caserón. Al llegar a su casa, se asomaba por la ventana tirando la blanca flor. Casi siempre caía en los pies de la cama de su secreto amor. Ella, la recogía con ansia y su faz se iluminaba, entonces llamaba a su madre, que la ayudaba a sentarse frente al bacón.
Consumían las tardes entre risas y bromas, disimulando sentimientos que destacaban a la menor ocasión.
Cada vez que arrancaba la rosa blanca, miraba de reojo el rojo rosal de al lado: “Mañana le daré una roja... ¡Para que sepa de mi amor!” Pero jamás se atrevió.
Una trágica tarde, cuando fue a entregar la flor, encontró la cama bacía y sentada en ella a la madre llorando. Lo que la leucemia profetizaba por fin sucedió; La muerte trepó por la esperanza hasta alcanzar la habitación.
El entierro fue silencioso y amargo. Nadie se percató de la ausencia del muchacho entre tanto dolor. Pero cuando todos marcharon él apareció. Presa del sufrimiento, dejo una rosa blanca al pie del nicho: “¿Por qué nunca te la di roja para que supieras de mi amor? Ya es tarde para decírtelo”... La rabia lo dominó. Golpeó la mortuoria piedra con todas sus fuerzas para huir corriendo y no volver nunca más.
De haber mirado a tras, hubiera visto la blanca flor teñida por la sangre derramada de su puño.
En ocasiones, las flores, nos cuentan los suyos.
Jesus Cano
supertorke@hotmail.com
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Poesía Contemporánea
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