N Lilia Lardone
LILIA LARDONE
(Córdoba, Argentina - 1941 - )



Escritora argentina nacida (1941) y residente en Córdoba, Argentina. Es Licenciada en Letras Modernas de la Universidad Nac. de Córdoba. Ha ejercido la docencia, especializándose en literatura infantil y juvenil. Participó como Jurado en numerosos concursos literarios de Córdoba y Buenos Aires. Participó en campañas de promoción a la lectura a nivel nacional y provincial, y coordinó las primeras ocho  Ferias del Libro de Córdoba. Desde 1988, coordina talleres de escritura creativa.

Obras:

- Nunca Escupas Para Arriba, recopilación de coplas, Ediciones Colihue, 1994, Buenos Aires.
- Poesía & Infancia, Colección Piedra Libre al Debate, CEDILIJ, 1997, Córdoba
- El Cabeza Colorada, cuentos, Ediciones Colihue, 1997, Bs.Aires.
- Puertas Adentro, novela, Editorial Alfaguara, 1998, Buenos Aires (reeditada por Editorial Babel, Córdoba, en 2008)
- Caballero Negro, novela para niños. Grupo Editorial Norma, 1999, Bogotá, Colombia.
- El nombre de José, cuento ilustrado. Sicornio Editorial, 2000, Córdoba. (reeditado por Editorial Edelvives, Colección Ala Delta, 2010)
- Papiros, cuentos. Colección Zona libre, Grupo Editorial Norma, 2002, Bogotá, Colombia.
- La construcción del taller de escritura (en la escuela, la biblioteca, el club),  en colaboración con María Teresa Andruetto, Editorial Homo Sapiens, Rosario, julio 2003.
-Vidas de mentira, cuentos, Editorial Alción, Córdoba, junio 2003
- Pequeña Ofelia, poemas, Editorial Argos, Córdoba, octubre 2003.
- diario del río, poemas, Editorial Argos, Córdoba, octubre 2003.
-Esa chica, novela, Editorial Rubén Libros, Córdoba, agosto 2006.
-Los Picucos, colección La Vaquita de San Antonio, Editorial Comunicarte, Córdoba, 2006.
-Los asesinos de la calle Lafinur, Panamericana Editorial, Bogotá, Colombia, diciembre 2006.
-La niña y la gata, poemas para niños, Editorial Comunicarte, Córdoba, 2007
-La Fábrica de Cristal, novela juvenil, Editorial Siete Vacas/Norma, Bs.As. 2007.
-La escritura en el taller, en colaboración con María Teresa Andruetto, Editorial Anaya, Madrid, 2008.
-Es lo que hay, Antología de la joven narrativa en Córdoba, Editorial Babel, Córdoba, 2009.
-Córdoba cuenta, Antología de literatura para niños, Editorial Comunicarte, Córdoba, 2010.
- El día de las cosas perdidas, Colección Ala Delta Roja, Editorial Edelvives, Buenos Aires, 2011.
-Vidas de mentira y otros relatos, comentarios críticos de Eduardo Muslip,Lidia Blanco, María Elena Legaz, Carlos Surghi, Rogelio Demarchi, María Teresa Andruetto, Carlos Schilling  y Federico Falco, Babel Ediciones, Córdoba, 2011.
- El taller de Escritura Creativa en la escuela, la biblioteca, el club (en colaboración con M.T.Andruetto), Editorial Comunicarte, Córdoba, 2011. Reedición de La construcción del taller de escritura publicado por Homo Sapiens, Rosario, en 2003 y reeditado varias veces por esa editorial.
- Benja y las puertas, ilustraciones de Lucas Nine (h), Colección Cola de Ratón, Editorial Comunicarte, Córdoba, 2011.
- Ribak, Reedson, Rivera. Conversaciones con Andrés Rivera (en colaboración con María Teresa Andruetto), Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 2011.

En prensa:

20.25, quince entrevistas a mujeres, Editorial Sudamericana, Buenos Aires (aparecerá en junio 2012)

Integra, entre otras,  las antologías:
-Eros, Universidad Nacional de Jujuy y Fundación Osde, 2003.
-Somos memoria, Ediciones del Copista y Cital (Centro de Italianística, Universidad Nac. de Cba.), 2003.
-Cuentos de Babel, antología, Babel Ediciones, Córdoba, 2006.

Ha colaborado y colabora con numerosas revistas virtuales y sus poemas y cuentos figuran en antologías varias de Argentina y del exterior. Sus novelas Puertas Adentro y Esa chica, y el libro Vidas de mentira figuran en la bibliografía de cátedra en la Escuela de Letras de la Facultad de Filosofía y Humanidades y en la Facultad de Lenguas, ambas de la Universidad Nacional de Córdoba.

Distinciones:

1999: Premio Latinoamericano de Literatura Infantil y Juvenil Grupo Editorial Norma/Fundalectura de Bogotá, Colombia, por la novela para niños Caballero Negro.
2003: Papiros es seleccionado para The White Ravens 2003 por la Internationale Jugendbibliothek de Munich (Biblioteca internacional para jóvenes de Munich)
2006: Los Picucos fue seleccionado por el Fondo Estímulo a la producción de autores cordobeses.
2007: La niña y la gata fue seleccionado por el CEAL de México como libro recomendado para nivel inicial.
2009: Premio Taborda 2009 a las Letras, “De los Jóvenes a los Notables”, otorgado por la Asociación para el Progreso de la Educación, por su trayectoria a favor de la lectura y la escritura.

Sus libros figuraron varias veces en las Listas de Recomendados de Fundalectura, Bogotá, y de ALIJA (Asociación de literatura infantil y juvenil de Argentina)
 
Sitio web:
www.lilialardone.com.ar


Ahora que la Titi no está
(cuento perteneciente al libro Vidas de mentira y otros relatos, Editorial Babel, Córdoba, 2011)
 
Oh, si en este anochecer el viento tocase en ti también
destemplado instrumento,
corazón.
Eugenio Montale

Más que un negocio, lo de los relojes era una manía. Yo ni siquiera podía arrimarme adonde él trabajaba, siempre en silencio, y sólo a la Titi la dejaba llenar los cartelitos que colgaba en cada reloj, después que el cliente se iba. La Titi hasta tenía permiso para escribir con el lápiz copiativo en los libros de cuentas. Al terminar, se asomaba sonriente al patio, o a la vereda, o adonde yo estuviera, con la mancha violeta en sus labios, y hacía como si sólo se asomara pero se delataba por un movimiento de ojos, o esa tirantez de los músculos del cuello, algo que siempre me indicaba a quién estaba dirigida esa mancha violeta.

Antes de empezar a arreglar los relojes, papá acomodaba con cuidado el almohadón que mamá le había tejido al crochet con restos de lanas, ajustaba una franela gris al cinturón y extraía las herramientas del cajón una por una, colocándolas sobre el paño de terciopelo negro. Se calzaba la visera y oprimía la perilla para encender la lámpara colgada casi sobre su frente, sólo unos centímetros más adelante,  iluminando de lleno las piezas. Desde la puerta, a mí me parecía que la pinza era una prolongación de su dedo índice, una larga uña metálica con la que escarbaba las tripas de los relojes con movimientos precisos. Cada hora, invariablemente, él se quitaba el monóculo y se levantaba a controlar, uno por uno, los relojes dispuestos en estantes, en armarios, en la pared. Yo lo sabía porque el sonido del cucú me avisaba y corría a ver. La primera en salir del cucú era la bailarina, rubia como la Titi, girando con su pollera corta. Enseguida venía el leñador barbudo que agitaba el hacha como si fuera una bandera de papel, de ésas que repartía la maestra para el 25 de Mayo. Mi preferido era el último, un hombrecito pelado de bigotes, que golpeaba un zapato de mujer con un martillo. ¿Por qué golpea tanto?, decía yo y papá no contestaba, ocupado en correr las agujas en los cuadrantes sin vidrio hasta corregir errores imposibles de ver con otros ojos que no fueran los suyos. Detrás de mí, la Titi me decía que no lo molestara con pavadas.

De vez en cuando entraba algún cliente y yo, que jugaba en la vereda, aprovechaba para colarme otra vez a la relojería. No me cansó nunca el alegre sonido del pájaro llamador, el movimiento lento de las alas de bronce que papá pulía una vez por semana. El batir de alas seguía un rato, aún si la puerta se cerraba, por un mecanismo que en vano intenté descubrir. Un día, mi insistencia lo enfureció tanto que se sacó el monóculo, se incorporó y dijo: Usted nunca va a entender. Me resultó increíble encontrar el mismo bicho una mañana, en Sao Paulo. Al entrar en un negocio, el sonido del bronce me detuvo. Igualito, pensé, y el pájaro atrapado estaba ahí y papá también, el brillo de su monóculo en el ojo derecho, todos los relojes marcando el tiempo que había pasado. Me parecía que mis oídos eran ojos, porque no sólo oía sino que veía las imágenes de la relojería pasar con rapidez, hasta que el sonido se fue apagando y la cara de papá quedó. Fue raro, ni las noticias de la Titi me habían dejado esa sensación de puro escuchar nomás, no querer nada más que escuchar.

A lo mejor porque lo de la Titi venía así, de a pedazos, algún conocido que llegaba a Brasil y a quien mamá, seguramente, le había pedido que me hablara, telefoneaba un día para darme un mensaje. Yo casi nunca entendía esas medias palabras, No te puedo decir mucho porque no sé, pero tu hermana no está, Y sí, no se sabe adónde la guardan, y otro silencio hasta que yo preguntaba adónde mierda estaba la Titi. O las claves en las cartas,  Nosotros acá preocupados por la Titi, y nada más.

Claro que eso había sido bastante después del viaje. La espuma se formaba en la cresta de las olas, me costaba creer que era yo la que estaba ahí viendo el mar, sin cansarme de ese vaivén aunque Cecilia se riera. Mirá que sos payuca, hasta cuándo vas a estar, me decía, volvamos al hotel.  Yo me levantaba y la seguía, pensando que conocer Brasil era lo mejor que me había pasado en la vida. A nadie le llamaba la atención mi pelo mota, ni mis quilos de más, nadie me decía que no parecía hermana de la Titi. Después lo conocí a Joao y supe que no volvería a la Argentina. Sos loca, me dijo mil veces Cecilia antes de irse, Qué les digo yo ahora a tus viejos. Se conformó al final y le entregué la carta para mamá, Conseguí un trabajo fantástico en un hotel de Guarujá.

La que más se enojó fue la Titi que me escribió diciendo, Sos la misma de siempre, cómo se ve que no te importan nada papá y mamá.

La Titi, que se me vino a la cabeza antenoche, al ver en la tele las calles de Buenos Aires y una voz que hablaba de Gardel, de Evita, del Che. Lo que no fue en la Argentina, decía la voz, y yo pensé en la Titi. La voz arma historias y presto más atención, me siento en la cama con el control para subir el sonido: Una pareja baila el tango en un vagón de subte vacío. Otra (¿la misma?), se mueve lentamente en un gran salón de baile, también vacío. Otra, seguro que otra, en un dock desierto. Qué país triste, pienso y escucho el sonido del viento que barre una escollera del puerto de Buenos Aires y la voz sigue, Cuando se trata de tango, el hombre busca a la que lo baila mejor. Ahí la veo a la Titi y el tiempo se detiene, como si lo controlara papá. Me vuelven temprano, ¿escucharon?, dice papá en la puerta. La Titi y yo nos apuramos a salir, Dale que en una de ésas se arrepiente.  Ha dejado de llover y a la Titi le brillan los ojos mientras caminamos por Pueyrredón con las amigas de ella. En la fiesta, Raúl la busca y bailan. La Titi sí que bailaba bien, la pasión en las piernas y en los firuletes del tango, tan liviana. A ver si salís una pluma como tu hermana, dijo Raúl mientras insistía en enseñarme el vals la noche que estrenábamos el Winco en casa, pero yo me enredaba y me fui a sentar. Y también era linda, la Titi, Rubia como mi madre, dijo papá en voz baja  cuando apareció el día de su fiesta de egresada con el vestido celeste cielo.

En cambio a ésta que baila en la tele ya se le fue el tren, chau, perdiste piba, ya te agarró el tiempo. Hasta en el casamiento la Titi parece una nena, aunque debía tener unos veinticinco. Esa foto me quedó grabada, ella con la camisola hindú que le quedaba divina con los vaqueros, Raúl de pelo largo y una barba hasta el cuello, sonrientes, abrazados frente al Registro Civil. Y en ese verano del 75 yo preparaba a escondidas el viaje a Brasil con Cecilia, feliz de haber cumplido los veintiuno, de tener la libertad de irme con mis ahorros aunque papá se opusiera.  Raúl y la Titi me retaron también, decían que no eran tiempos para pavear, ¿Justo ahora se te ocurre un viaje?, preguntó Raúl, y la Titi le dijo, Dejala, es una irresponsable, pero al final me acompañaron hasta Retiro, Raúl me hacía señas de darme un lápiz y cuando abrí la ventanilla dijo Para marcarte la raya del culo al llegar, y yo quise morirme de vergüenza porque ya le había echado el ojo a un morocho del asiento de atrás. Todavía me acuerdo de que la Titi me llevó un bronceador y me dijo Cuidate. Qué cosa, la última vez que nos vemos y ella me dice Cuidate, el sol arruga, y se ríe. Si le pudiera echar la culpa al sol ahora, por las arrugas de estos cuarentipico de pirulos. Así es, cuarentipico y el pescado sin vender, como decía la tía Chela. ¿Seguirá viviendo en el barrio o también se habrá muerto, la tía Chela?

Pura mala suerte lo de papá, justo el año que yo me había ido a vivir en la comunidad, meses y meses sin saber nada de afuera, sólo enhebrar cuentas de colores y preparar la comida y cantar con los otros en la noche, en el medio del campo. Hasta ese atardecer. La lluvia caía y de pronto me agarró una tristeza tan grande que no podía respirar, una necesidad urgente de ver la lluvia sobre el asfalto, de oir las bocinas en las calles de Buenos Aires.

Pero no viajé a Buenos Aires sino que volví a Sao Paulo y encontré las cartas de mamá amontonadas en la casilla, las ordené por fechas antes de abrirlas, la última de tres meses atrás. En la segunda, me avisaba que papá había tenido un ataque al corazón, las siguientes relataban los cuidados, Hay que atenderlo como a un chico, escribía, y era difícil imaginarlo a papá en cama. Hasta que una, con letra temblorosa, contaba que papá había muerto. Yo ya lo sabía antes de abrirla, pero lo mismo la leí hasta el final, Ahora sí que me quedé sola, decía mamá. Mucho tiempo, tres meses. Me acordé de las cartas de antes, cuando las desapariciones de la Titi y de Raúl quedaban en medio de una maraña de palabras. No lo decían, pero se leía clarito que yo me había salvado por irme a Brasil a pasarla bien, eso quería decir mamá cuando ponía Pobre Titi. Joao dijo un día, mientras mirábamos el mar: Todos tenemos fantasmas, y era la respuesta a mis ojos, fijos en la espuma de las olas después de recibir noticias de casa. Las cartas también decían No vuelvas, hay que dejar correr el tiempo, y desfilaban los relojes de papá, montones de esferas celestes con las agujas girando en las manos de la Titi.

El tiempo no corría, ni siquiera cuando dejamos Guarujá y fuimos a vivir a Río, al departamento del amigo de Joao. Me gustaba esa calle de Leblon, los árboles de hojas grandes y carnosas, me gustaba Sergio, sus movimientos armónicos que parecían no corresponder al enorme cuerpo. Joao me había hecho notar la cadena con máscaras plateadas que tenía sobre el pecho: Cada máscara, una religión, explicó Sergio, y me dejó pensando. También él me ayudó a entender los silencios de Joao, sus desapariciones, porque cómo sufría yo cuando Joao se iba y me lo imaginaba con una rubia alta, flaca.

Un día me dí cuenta de que hacía más de un mes que Joao no aparecía y lloré mucho; después hablé con Sergio:  había decidido irme a Sao Paulo, buscar trabajo, empezar de nuevo. Buen tipo, Sergio, me escuchó hasta la madrugada todo lo de la Titi. También le conté que no podía volver a la Argentina. No sólo por miedo a los milicos, sino porque no me animaba a mirar los ojos de mamá, a la Titi en los ojos de mamá. Al día siguiente salimos a caminar; dijo que me haría bien un cambio para encontrar mi propio camino. A la libertad hay que ganarla,  me repitió mientras con sus manos grandes hurgaba entre los estantes de una librería. Yo levanté el Libro Rojo de Mao y dije: ¿Cómo venden esto, si acá también mandan los milicos? y él me miró, serio, No importa que lo vendan, acá no sabe leer casi nadie.

Y esta lluvia puta que sigue. Desde que subí al ómnibus en Sao Paulo llueve, ahora lo mismo en Foz, una cortina de agua espesa que rodea el ómnibus y no me deja ni siquiera reconocer el paisaje. Cómo me molestaban la lluvia y el calor, día tras día, idéntico verano todo el año. Ya te vas a acostumbrar, decía Joao, pero la humedad se me metía adentro, mucho peor que la de Buenos Aires. Qué risa, pensar que antes me había gustado el calor.  En cambio la Titi disfrutaba el frío, hasta en eso éramos distintas. Titi, mi hija tan cariñosa, escribía mamá, años después de que los milicos se fueron y la correspondencia volvió a ser segura. Titi, la más linda.

Este puente antes no estaba, aunque me parece que debe faltar poco. Por suerte dejó de llover, me gusta ver los campos amarillos, los edificios allá lejos, brillando entre el cielo todavía un poco gris. Seguro que mamá está sacando barro de la vereda, casi que la veo, protestando por la lluvia. ¿Estará la panadería de Tito? ¿Y los padres de Raúl, vivirán todavía en la esquina? Qué van a vivir, si seré idiota, a ver si me creo que puedo saber algo, después de veinte años.
Y al final volver para qué. Para que la tía Chela me diga que estoy gorda, para que mamá me vuelva a comparar con la Titi. Cómo le voy a ganar a la Titi, ahora que ella no está.



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Título: Metapoesía
Autor: J. Lallemant
ISBN: 978-1725512801
Páginas: 82
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