N Mariano Sanz Navarro
MARIANO SANZ NAVARRO
(Murcia, España - 1943 - )


Mariano Sanz Navarro (Murcia, 1943) Ingeniero Técnico de profesión y licenciado en Historia, ha publicado: un libro de narraciones, Desde el Asilo, IJK Editores, Murcia, 2000; un volumen de cuentos, Cuentos truculentos, Diego Marín Editor, Murcia, 2001 y un libro de viajes: Viaje por el Sahara Occidental, El Badía, Diego Marín Editor, Murcia, 2007 (Hay versión en árabe, Rabat, 2009), Leo, en “10 relatos, diez autores”, ed. Kit-Book, Barcelona, 2010; Cuentos de vampiros, ed. Kit-Book, Barcelona, 2010; La desaparición del Dr. Pasavento ed. Kit-Book, Barcelona, 2011; artículos en diversos periódicos, blogs y revistas. Reside en Santomera, Murcia. Trabaja en un proyecto de localización sobre el terreno y documentación de morabitos musulmanes en Marruecos, Mauritania y Senegal.

Web del autor: http://marianosanznavarro.blogspot.com/


LOS MONOS AULLADORES

Recientes estudios efectuados por el profesor Ridjhard Franz de la Universidad internacional de Copenhague han desvelado, por fin, el misterio que durante tantos años ha rodeado el origen de las intensas señales fónicas emitidas por los miembros de las comunidades de monos aulladores de América del Sur.
El Dr. Frisch fue el primero en investigar, a lo largo de más de treinta años, el sistema de señales de las abejas compuesto por movimientos constantes en forma de 0 y 8. Movimientos que, combinados con otra serie de variables aleatorias, resultan capaces de transmitir información a cerca de la situación del alimento y de su localización exacta. A partir de estos valiosos datos, los investigadores de todo el mundo no han cesado en sus intentos por descifrar el lenguaje de las especies superiores, especialmente las más próximas a los humanos, sobre todo chimpancés, gorilas, bonobos y orangutanes. Baste recordar los pacientes trabajos realizados por R. Allen y Beatrice Gardner con su chimpancé Washoe, al que lograron enseñar, a lo largo de más de 20 años, el lenguaje de signos americano conocido como Ameslan; las minuciosas observaciones realizadas por Diane Fosey sobre las poblaciones de Gorilas de los montes Virunga, o los resultados obtenidos por J. Marais sobre el intercambio de información de los babuinos en las dilatadas sabanas africanas. Mención aparte requerirían los bonobos, cuyos indiscriminados contactos sexuales les proporcionan, además de múltiples satisfacciones, unas magnificas relaciones sociales que ya quisieran para sí muchas comunidades humanas.
Pero lo que constituye un hito difícil de superar en el estudio del lenguaje de los simios, es el novedoso descubrimiento realizado por el profesor Franz, después de muchos años de paciente observación acerca del origen de los gritos estentóreos emitidos intermitentemente por los monos aulladores de la selva brasileña. Según estas observaciones y las mediciones realizadas con minuciosidad sobre más de 300 especímenes de machos adultos, se ha podido comprobar que sus bolsas escrotales tienen unas dimensiones extraordinarias, lo que hace que su denso contenido penda hasta cerca de las rodillas y a veces las supere. Debido a que esta raza es de piernas muy cortas por su específica adaptación a la braquiación, los continuos saltos que realizan dentro de la espesa vegetación que constituye su hábitat natural, hacen que la bolsa y su sensible contenido, golpeen de forma repetitiva en las ramas sobre las que se desplazan, lo que desvela por fin, la razón última de los aullidos que emiten con inusitada frecuencia.
El profesor Franz, que presentó el avance de estas conclusiones en una comunicación científica leída recientemente en la Universidad de Massachusetts, ante una nutrida representación de profesores de varios países, estableció un claro paralelismo entre el grito de los monos aulladores y los del pájaro “Uiuiui”, que se ve afectado por un problema similar y que también expresa, con su poderosa voz, las dificultades por las que atraviesa en los aterrizajes que, tarde o temprano, se ve obligado a realizar por mucho que los demore. Así mismo prometió, en breve, la aparición de su libro “Parlors monkeys and Uiuiui bird” en el que tratará, con la profundidad que merecen, estos temas de indudable interés para la comunidad científica internacional.


EL ESQUILADOR

Subía la cuesta con el paso cansino y constante de quien está acostumbrado a largas caminatas. Al principio solo era una silueta negra bajo el solanero de la mañana que yo había percibido cuando los perros comenzaron a ladrarle en la era. Sentado bajo el gran turbinto detrás de la casa, me dediqué a observarlo mientras avanzaba. Eran tan pocas las novedades que por entonces se producían en mi vida que una visita como aquella constituía motivo suficiente para atraer la atención, siempre ávida de acontecimientos. El hombre se iba acercando, después de ahuyentar a los perros con dos o tres cantazos tirados de mano maestra y el gasto de energía justo. Vestía de negro, un traje de pana desteñido por el tiempo y las inclemencias, trufado de remiendos no siempre del mismo color ni de la misma tela, con un chaleco ajustado bajo la chaqueta abierta flotando al aire de la mañana y unas esparteñas desgastadas que dejaban ver los fondillos del pantalón, remangados para preservarlos del polvo. Cuando estuvo cerca, corrí a avisar a madre, que salió a inspeccionar al forastero todavía con el amplio delantal terciado a la cintura. El hombre llegó hasta la gran puerta del patio y se mantuvo derecho, con el sombrero negro y sudado en la mano.
- Buenas -dijo con una voz suave y temerosa, como la de quien no siempre es bien recibido- ¿tienen bestias que esquilar?
Entonces reparé: en el hatillo que le colgaba del hombro, podían adivinarse por los mendrugones que sobresalían, herramientas del oficio.
Madre avisó con una vez potente a los hombres, que llegaron enseguida. Mi padre y mi hermano Quico saludaron al hombre y, una vez asabentados del asunto, sacaron las bestias de la cuadra: dos mulas de labranza y la burra de orejas gachas que tiraba del carro. El hombre dispuso el herramental encima del poyete vecino al portón sobre el trapo de color indefinido que las envolvía, las engrasó con una pequeña alcuza que dejaba caer con avaricia una gota de aceite negruzco sobre el peine de cada una. Comenzó la faena mientras Quico mantenía a los animales por el ronzal y les susurraba en voz baja para que se aquietaran durante el trabajo. El hombre procedió de forma experta y rápida, sin movimientos superfluos, trazando primero una línea con las enormes tijeras a todo lo largo de la panza, luego, con la maquinilla basta que manejaba con ambas manos, peinó los lomos de los animales dejando el pelo de abajo largo “para que no se constiparan”, pues es sabido que las bestias tienden a constiparse con la barriga desprotegida. Después remató la faena con la maquinilla fina. Bajo el sol de primavera sudaba a pesar de haberse quitado la chaqueta, y se enjugaba la frente de vez en cuando con un gesto del antebrazo que dejaba en la camisa renegrida manchas nuevas de color pardo. Cuando acabó el concienzudo trabajo, sacudió los pelos atrapados entre los dientes de las maquinillas, rehízo el envoltorio y volvió a colocarlas ordenadamente en el talego. Luego dijo:
- ¿Puedo?
Y sin esperar respuesta se sentó en el poyo secándose el sudor de la cara con un pañuelo de color indefinido.
Madre le sacó un plato de aceitunas del año, cornicabras de verdeo partidas, medio pan del que amasaba los sábados, una jarra de agua y otra, más pequeña, de vino. El hombre miró las magras viandas con ojos golosos, derramó un poco de agua sobre sus manos, primero una y luego otra, y se puso a comer pausadamente, masticando con unción cada bocado hasta que los huesos de las olivas, que iba dejando caer directamente de la boca, formaron una pequeña pirámide a sus pies. Cuando hubo acabado sacó una resobada petaca del bolsillo del pantalón y lió un cigarrillo escualido dándole muchas vueltas y apretando a conciencia el tabaco de cuarterón. Se repantigó contra el muro de la casa y lo acabó pausadamente, con los ojos cerrados. Después, sin prisa, recogió el hatillo, terció la chaqueta sobre el hombro, recompuso el sombrero y dejo caer, sin mirar a nadie:
- Con Dios.
Echó a andar camino abajo y fue alejándose, con su paso lento y regular, por la cinta blanca y polvorienta del camino que lo había traído.


HOMO

Amanece cuando Homo se despereza y mira a su alrededor. Los rayos de sol han comenzado a filtrarse por entre las altas copas de los arboles en la selva de Tanzania. El resto de los miembros de la horda permanece aún en los nidos, fabricados para pasar la noche. Sus tres hembras se han situado cerca y comienzan a moverse. Alguna, más alejada, amamanta una cría. Comienza un nuevo día, una dura aventura en busca de alimento y en defensa del territorio que les proporciona cuanto necesitan…comienza el estrés, aunque no sepan todavía qué es eso.
Después de muchas aventuras y peligros, de los que no siempre sale airoso, unos cuantos siglos más tarde (V aC)., Homo se ha desplazado hasta la franja comprendida entre los ríos Tigris y Éufrates. La ciudad de Ur mantiene la hegemonía sobre los otros poblados de alrededor. En las duras luchas mantenidas contra los invasores, ellos mismos han resultado ocupantes de otras tierras. Sus dioses están satisfechos, son potentes y acaban siendo asimilados por los pueblos invadidos. Los cortos periodos de paz sirven para fraguar alianzas que conducirán a nuevas guerras; las invasiones territoriales acaban siendo conquistas de los dioses…Los hombres más fuertes ganan porque a su lado combate el dios más fuerte.
Pasa el tiempo. Estamos en el año 1290 aC. Homo se ha desplazado hasta Egipto. Ramsés II emprende sus expediciones hacia el país de Canaán, luego guerrea contra los Hititas, después contra el reino de Kush, al fin la batalla de Kadesh que lo haría inmortal en la memoria de los hombres a través del Poema de Pentaur.
Homo será fenicio, griego, romano… asistirá a las peleas de las gentes en nombre de los dioses que van apareciendo: Moisés contra los idolatras, Moisés contra Cristo, Cristo contra Mahoma, todos contra todos. Los dioses tienen ciudades comunes, como Jerusalén, pero en ellas es donde se realizan las mayores matanzas en sus nombres: romanos contra griegos, griegos contra judíos, judíos y sarracenos contra cristianos…, y los dioses animando el cotarro, propiciando la destrucción, el exterminio del que cree en un dios diferente. Todos los otros son falsos.
En la Edad Media aparecerán, en Europa, los movimientos Cátaros o perfectos, las gentes que buscan la sublimación de la creencia, apartándose del mundo y de la religión oficial; quieren un mundo nuevo y diferente, en paz. Pero para luchar contra las utopías están los Simón de Monfort; los albigenses acabaran siendo exterminados y arrasado su último refugio en Montsegur. Más guerras y exterminios en nombre de dios. Homo lleva guerreando desde su aparición sin que haya logrado consolidar nada. Fronteras movedizas, etnias extinguidas, todos los avances, todos los inventos se dedican a mejorar los sistemas de exterminio. Y la historia sigue. Los pueblos guerrean contra sus vecinos con los dioses al frente. Santiago el apóstol ayudara eficazmente a nuestros antepasados contra la sarracina
Pasa el tiempo inexorable. Homo se ha vuelto moderno, es capaz de fabricar artilugios con los que domina el cielo y el mar, pero los emplea contra sí mismo y sigue matándose. En la II Guerra Mundial, caen cincuenta millones, en la primera “solo” habían muerto diez. El progreso es notable. El dios de los judíos está de capa caída y su pueblo casi exterminado.
En los tiempos actuales, Homo se ha diversificado de forma notable (quizás esa es una de sus estrategias de supervivencia). La diferencia entre las formas más cultas y las más atrasadas no solamente no ha disminuido, sino que se ha hecho abismal. Junto a ejecutivos de ipac, videoconferencia, y vuelos en jet privado, sobreviven aborígenes en Australia, bosquimanos en el Kalahari, tuareg en el Tasili o inuit en las tierras heladas de Groenlandia practicando aún una economía de subsistencia, sin haber rebasado los estadios de caza-recolección de hace cinco mil años.
Pasan los hombres, siguen las inútiles guerras, como desde el principio, por la ocupación de los territorios y en nombre de los dioses. Solo Homo, el gen, sobrevivirá… hasta que la humanidad termine con ella misma.

 

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Título: Metapoesía
Autor: J. Lallemant
ISBN: 978-1725512801
Páginas: 82
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