Estefania Vazquez Alonso
ESTEFANÍA VÁZQUEZ ALONSO
(San Sebastian, España - 1977 - )


Soy Estefanía Vázquez Alonso, nací en San Sebastian, España, en 1977, aunque me considero extremeña de corazón, caribeña de alma (viví seis años en Caracas, Venezuela) y canaria de adopción, lugar donde resido desde hace 10 años. Soy Psicóloga de profesión y escritora de vocación, aunque más que una vocación es una necesidad en mí. Escribo desde que tengo uso de razón, como algo innato que se ha ido desarrollando con las experiencias vitales, los libros que he siempre estoy leyendo y los conocimientos adquiridos. Me gustan todas la respresentaciones artísticas, el cine, la literatura, por supuesto, la pintura, escultura, teatro, fotografía, cocina, danza, música. .. en fin, cualquier manifestación que me haga descubrir la esencia de quién la creó.


Nada que decir

Lugar escondido, conocido en la distancia del tiempo,
olvidado por el paso del reloj por sus estancias;  
Al encuentro, en el cenit de la luna, dos anhelos.
Efímero instante que clausura  un sueño; 
¡No dijeron sus palabras lo que gritaron sus gestos!

Cobijaron el estío de sus almas
musitando los  pecados de sus cuerpos,
al arrullo de una lluvia repentina
dormitando los antiguos pensamientos.

Recorrieron las memorias colectivas,
los rincones infinitos de recuerdos,
y trajeron al presente quienes fueron
con el ansia de amarrar lo que perdieron.

Lugar encontrado, misterioso en la cercanía de la noche,
recordado por el paso de dos almas que lo habitan;
Al encuentro, en el ocaso de la luna, dos anhelos.
Tatuado instante que apaga un desvelo;
¡No dijeron sus palabras lo que clamaron sus besos!


Cuando llego al pueblo

Allá, entre las colinas bordadas por el sol del atardecer, se perciben, a lo lejos, las sombras del campanario. Llegar a aquel pequeño pueblo en la estribaciones de la Sierra , al despuntar de la noche, es un espectáculo soberbio de la naturaleza. El cielo se tiñe de maravillosos colores estivales que le aportan a la imagen una gama de tonos naranjas, violetas, rosados… que transportan al espectador a un cuadro de Monet. Las estrellas tintinean, tímidas aún; parece que estuvieran intentando guardar su fulgor, para no eclipsar los colores de la tarde. Las siluetas de las casas, se entrecortan entre los olivares, y por fin, a medida que mengua la velocidad del coche, allí están: pequeñas casitas blancas, paseos salpicados de naranjos, bullicio de gentes alrededor, música animada de fondo. La villa me recibe con los brazos abiertos; conocidos y amigos me saludan al pasar, con una expresión de alegría, reconciliando el tiempo que ha pasado, otras vidas y otros lugares, con un simple movimiento de muñeca y una sonrisa. Estoy en casa, en el lugar de siempre, en un pequeño reducto de paz. Hace calor, las temperaturas, a pesar de que el día llega a su fin, no dan tregua. Noto entonces, la piel húmeda y el cansancio del viaje. El asfalto recuerda el acoso del sol desde las primeras horas del alba. Un corrillo revolotea en torno al zaguán de mi casa; haciendo uso de las costumbres rurales, se sientan en sus sillas compradas a granel en los mercadillos del viernes, para respirar el leve y discontinuo aire fresco del anochecer. Comentan ociosas, el devenir de algunos vecinos, gritando a los cuatros vientos las pormenores de las vidas ajenas, haciendo público lo privado, ignorando la virtud de la discreción. Yo, como recién llegada, no me libro de sus apreciaciones, y aguanto con soltura y educación sus comentarios descarados sobre mi aspecto, vida, pareja, trabajo… entre achuchones, pellizcos de moflete y pequeños besos repetitivos, soltados bruscamente como si fueran disparos de ametralladora. Me reconforta esta estrepitosa manifestación de cariño de estas mujeres curtidas por el trabajo y el tiempo, que ve han visto crecer; a pesar de que sus lenguas no ponen límite alguno a las criticas, su alegría me parece sincera y me siento, una vez más, acogida entre ese especie de código intrínseco que nos confiere el sentirnos de un determinado lugar.
Por fin, consigo zafarme del corrillo vecinal, y arrastrar mi equipaje hasta el interior de la casa. De repente, me golpea el olor de mi infancia y me hace retroceder en el tiempo. Me quedo quieta, intentando guardar y retener en mi memoria, todos los matices de ese olor, al que se van asociados miles de recuerdos: el azahar, la humedad, pimientos fritos, jabón casero, vino añejo…entonces, cierro los ojos y me veo a mi misma como una niña, riendo a carcajadas por la casa y recuerdo a los que ya no están. Se apodera de mí la nostalgia y la pena de no poder abrazar ya, a algunos de mis seres queridos, pero intento no dejarme llevar por el dolor, y vuelvo a sonreír, rememorando los buenos momentos. Recobro el aliento y distribuyo por mi habitación mis posesiones adueñándome del espacio, para que, así, de pronto, parezca que siempre han estado allí, que nunca me he ido. Paseo por cada estancia de mi hogar, como hago siempre, intentando adivinar algún cambio o, como queriendo comprobar, que todo está tal cual lo recuerdo. Me acomodo y bebo agua. Está fría y tiene un cierto sabor a hierro; mis sentidos se despiertan, y decido quedarme un rato al cobijo del zaguán, para ponerme al día de las últimas novedades del pueblo. Charlo animadamente, río, escucho… pero el cuerpo se resiente y empieza a exigir descanso. El sueño manda entonces, frente al anhelo de compartir y me retiro a mi cuarto. Me meto en la cama con sábanas de lino, pero el silencio abrumador de la noche, no me deja lanzarme a los brazos de Morfeo; el bullicio de la ciudad, sirve a veces, como arrullo para el insomnio. Abro la ventana, y me dejo acunar por el croar de las ranas y el murmullo lejano de los grillos. Ya estoy en casa, y al fin, descanso feliz.


Desvelo

Poderosa “S” silbante
que susurras suave mis oídos,
 te has aliado esta noche con el viento
para dejar mi sueño adormecido.
Los cristales gimen a tu paso
expulsando el aire entre sus grietas,
chillan, lloran y revientan;
sinuante,  vienes a quedarte en mi cabeza.

Es curioso, letra de plurales prodigiosa,
como suena hoy tu voz tan tormentosa
cuando, a veces, tú consigues,
con tu voz tan sigilosa,
con un sonido,
hacer callar todas las cosas…Shssssss!


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¡UNA OBRA DE COLECCIÓN!
 

Título: Metapoesía
Autor: J. Lallemant
ISBN: 978-1725512801
Páginas: 82
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