Maylen Dominguez Mondeja
MAYLÉN DOMÍNGUEZ MONDEJA
(Cruces, Cuba - 1973 - )


MAYLÉN DOMÍNGUEZ MONDEJA (Cruces, Cuba, 1973). Poeta, narradora y editora. Miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Ha publicado los títulos de poesía: Historias contra el polvo (1998), Estancias en lo efímero (2001), De lo que fue dictando el fuego (2004), Bajo la noche inmóvil (2004), Noche Magna (2007) y Los días sobre el polvo (2008), y para niños y jóvenes, los libros: Evangelista y los recuerdos (2001), A San Francisco no llegan los aviones (2006), Pero fue culpa del cuento (2007), Los poderes de Antonina (2008), Último circo (2009), Un circo de papel (2010) y Carpa de ensueño (2011). Es coautora de la antología Queredlas cual las hacéis: 21 jóvenes poetisas cubanas del siglo XXI (2007). Ha obtenido los premios nacionales Calendario (1999, 2006), La Rosa Blanca (2002), Pinos Nuevos (2003), Eliseo Diego (2007) y Fundación de la Ciudad de Santa Clara (2011), entre otros. Fue finalista del concurso internacional de poesía Ángel Ganivet (2011). Aparece en numerosas antologías y revistas editadas en Cuba y el extranjero.


Entrabas a la tarde

Entrabas a la tarde muriente, como un juego.
No me podías salvar
y sigo preguntando,
remuevo cada oración
como si te lograra esa vez,
como si anclaras una estación común.
Tan lejos se involucran tu vida, tu costumbre,
el modo imperceptible de ser.
No sabes de la niebla
que me acorrala y borra de todos los parajes,
no sabes de estos límites.
Tu ternura, qué lejos,
cuando has debido hallarme,
entrarme hasta la carne muriente y doblegada.
Quimera fue tu cuerpo,
secretamente hallado,
viendo a los trenes más hondos de mi vida,
volver vacíos,
rotos en sitios donde no he amado nunca.
Cómo lograrte sin mitigar los dones
que me aprisionan al centro de la Ínsula,
cómo negarte.
Tanto te he visto en la venidera estancia,
colmas mi sangre de un ser que reconozco,
urdido por la ternura que das,
sin acercarte.
Seré quien redibuja el sueño de mí misma
lanzándome a esa fe,
angustia persistente
blandiendo para nadie los graves sortilegios.
Puedo sentir la sal, me agrieta las esquinas.
Quién vela tal delirio tras la reja,
quién finge,
por no verme gritar en mi ostracismo.
Imagino a tu cuerpo de regreso a las cosas cotidianas, sufribles,
donde sólo he existido
tras el temblor que pueden nombrar unas palabras;
tu repetido darte,
tu calle,
que trazo en cada mapa ideal
como encontrándote.
Las aguas que me esconden,
hasta la eternidad.
Entrabas a la tarde,
e ignoraré en qué predio encallaron tus palabras.
Temerosas, las mías, rodaron en su mundo
sin más prolongación.
Cuál vértigo dispuso al final tanto silencio,
hoy clamo, y nada pueden
las ondas vespertinas que te trajeron antes.
Ignorarás, Amigo,
esta tristeza insular,
tremebunda.
Y he de seguir nombrando tu vida, aunque no espere.
Lo puedo presentir en la estación que alargan los pájaros tardíos,
en la enconada sombra
Fue falsa esa dulzura, llenando todo.
Procuraba palabras,
Infinitas palabras que no te antecedieron.
Ya no seré quien espera
y busco una respuesta a cada enigma
intentando ser justa contigo y mis presagios,
fiel a ese instante efímero
que aún resplandece.


Donde nada me ensombrezca

Quisiera estar en un sitio hecho de cosas que no recuerden nada,
inaugurarte
sin este ruido en el pecho
ni los rencores que ahuyentan al amor.
Ingenuo diste la coordenada que pretendí ignorar,
mi horror a ver los motivos milenarios;
tu estela pasada y recurrente,
la consecuencia de tu debilidad
siempre abocándose.
Quisiera estar donde nada me ensombrezca.
Pero tendría que hablarte,
de cualquier modo
para que asistas a ver lo que en mí crece
cuando soy cálida al fin.
Si fuera dulce y tenaz mi idolatría,
si fueran justos mi voz, mi ardor,   
mi acento,
y no un embozo de la desesperanza,   
un canto fatuo
que lanzo porque vengas a creer en mí
como que soy la razón,
yo, y no las otras:
sagradas, milenarias,
que te conducen al sueño elemental,
la vida elemental.
Qué sería de mí, torpe y silente,
cómo se harían mis noches insulares
sin este canto que abriga a algún dolor
aunque no salva,
sin este grito, que puede adoctrinarte
desde su fondo rabioso y aterido.


Inventario

He emprendido muchas veces el camino de retorno a casa
—zona imprecisa en mis vagas mutaciones,
leve en su mugre,
deshecha, confiscada—,
donde la demasiada sombra
forma otras paredes con la muerte.
Querría callarme,
atravesar las soñadas alamedas
olvidando el fracaso y la penuria,
la finitud del amor.
Pero he aquí mi intemperie,
la pesadumbre,
mi estrábica pobreza,
la resaca de todo lo querido,           
mi desarraigo,
las hambres,
la demencia,
mi hijo (que no comprenderá),
mi fatalismo,
mi mundo,
mi utopía,
mi desatino,
mi sed,
mi fe.
Querría salvarme,
anclar el gesto feliz,
decir:
Sitio Seguro, Resguardo,
Permanencia.
Pero he aquí mi intemperie,
al fin de todo,
mi vida entera.


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