Jose Antonio Gil Montoya
JOSÉ ANTONIO GIL MONTOYA
(México - 1961)

 

José Antonio Gil Montoya nació en la Ciudad de México en 1961.  Es Licenciado en Actuación por el Instituto Nacional de Bellas Artes [INBA], realizó estudios de Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México y Creación Literaria en la Sociedad General de Escritores de México.  Sus textos han aparecido en Revistas Culturales como Almiar y Pericvlvm (España), Sinalefa y Herederos del Caos (Estados Unidos), Cañasanta (Canadá), Palabras Diversas, Destiempos y Armas y Letras (México).
Correo electrónico: lofraic@yahoo.com.mx


A DIVINIS

Un ejército de ciegos marcha por la calle.
La noche avanza sobre tu cuerpo en donde guardo
mis pecados más preciados.
Tus piernas y brazos son los cirios que custodian mi féretro.
Un alacrán con los ojos en llamas muerde este cerebro sin religión aparente.
El tiempo es un payaso que ya no me hace reír.
Sombra, solo sombra en un espejo sin líneas.
Cada rostro busca el cuerpo al que pertenece.
Vivo mi muerte en cada espacio del tuyo.
El reloj orina cada media hora.
Desde la ventana observo esta patética estructura
que con su lengua succiona cada uno de tus poros
hasta que la luz nos despierta saciada de imágenes absurdas.
Y otra vez el año y el año siguiente después del año que le continúa
y el beso siempre dispuesto a suicidarse en los límites del carmesí.
Mientras me escondo en los túneles de tus venas
y los pájaros rama sobrevuelan el paraíso de tus senos,
una cascada de saliva pende sobre mi barba
de treinta y tres años antes de Cristo.
Los ciegos forman un ejército que corre río arriba por la calle.
Uno tras otro cae sobre el siguiente y viceversa en flanco derecho
hasta perderse en un galope de crines de silencio azabache.
A través de la ventana observas este cuerpo apolillado
que se desmorona como los muebles.
Desde entonces
ya no les prestó a mis amigos las fotografías de la muerte desnuda
porque nunca las regresan.


EXODUS

La mentira camina libre por la calle.
No ser es la premisa del miedo.
El hombre es un animal rudimentario, cruel y absurdo.
Somos desechables como un pañal usado.

El tiempo del anciano ya es muy breve.
Sobrevive a sus recuerdos y de ellos come.

No hay opción con la vejez y la enfermedad.
Somos esclavos de las normas que nadie sigue en el universo.

El torero anciano invoca a un Dios en el que no cree más.
En unos minutos-meses-años será embestido por la realidad.
Derrama el vino entre un grito y un murmullo.
El tinto corcel del alivio recorre las arrugas del tiempo.
El hombre cierra los ojos.

No volverá a ver las mismas imágenes.
Sus dedos torpes acarician en el aire a una mujer amorfa.
Sueña con hacer el amor.

El cortejo entre el toro y la muerte es infinito como la distancia entre dos dedos.
Por eso el viejo recoge el cuerpo de las almas del bosque de los sueños.
Porque a pesar de todo el destino es único e indivisible
y nadie, absolutamente nadie, podrá invadir su lugar en este espacio.


APOCALYPSE

La ciudad está triste
mente vacía.
No hay peor crimen que el que no has cometido.
Tengo el alma tatuada en este cuerpo putrefacto
(otro día otra muerte vagando por la calle).

Los rostros de los hombres son espejos con sonrisas astilladas.
De entre el silencio asoma un ruido asesinado sin piedad.
La urbe está sola de tanta gente.
La gente cae desmayada de soledad en las calles.
La epidemia se extiende por el mundo,
nadie habla con nadie.

A escondidas los hombres susurran en sus casas.
Tienen Cara de libro y charlan con su familia a través de la computadora.
No hay necesidad de conversar,
los sonidos de las palabras son obsoletos.
Paradoja de la humanidad:
puedes enterarte de la vida de miles sin conocerlos.
Puedes ver al monstruo de más de cien mil faces,
ser su amigo y no emitir una sola sílaba.

El firmamento ya no existe.
Ventanas y rascacielos por doquier.
El humo de las fábricas y de los autos penetra feliz por las narinas.
La sombra de una mano se expande sobre el rostro,
acaricia la nuca y respira profundamente.

No hay peor crimen que el que no has cometido.
No hay quien te ayude.
En vano finges que gritas…
La garganta corta el aire en un silencio de espasmos.

Multiforme te acercas a un aparador.
Un maniquí observa tu monólogo.
La vida es una putita con la que te levantas en las mañanas.
Tu mortaja es la sociedad con la que convives cada día.
A fin de cuentas naces y mueres solo.
La manivela de tu espalda está rota.
El prólogo de tu destino está en un charco de mierda.

Cara de libro, no eres la tierra prometida.
Nacido de la nada cabalgas en el vacío de los hombres.
Tu ruta es el infinito, el sarcoma del olvido,
malformación del hombre y su memoria.
Nacer, morir. No hay más.
Prolongarse es un suicidio interminable.


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Autor: J. Lallemant
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