JUAN JOSÉ VÉLEZ OTERO
(Cádiz, España - )
Juan José Vélez Otero nace en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). Licenciado en Filología Inglesa, ejerce como profesor en un Instituto de Enseñanza Secundaria. Hasta la fecha ha publicado los poemarios:
Panorama desde el ático (Madrid, Rialp, Col. Adonais, 1998),
Ese tren que nos lleva (Madrid, Endymion , 1999)
Juegos de misantropía (Ayto. de El Puerto de Santa María / Tertulia El Ermitaño, 2002)
El álbum de la memoria (Sevilla, Padilla, 2004)
La soledad del nómada (Madrid, Vitruvio, 2004)
El sonido de la rueca ( Córdoba, Diputación / Casa de Galicia, 2005)
El solar (Madrid, Endymion, 2007)
Otro milagro de la primavera (Valencia, Ed. Pre-Textos, 2010)
Con los libros anteriores ha obtenido, entre otros, los premios Florentino Pérez Embid de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, Feria del Libro de Madrid, Cáceres, Patrimonio de la Humanidad, Rosalía de Castro, Aljabibe de Poesía o el Premio José de Espronceda.
[Era ya por septiembre. Las muchachas subían…]
Era ya por septiembre. Las muchachas subían
por las calles del brazo y dejaban olor
a limón y a vainilla. Las muchachas se iban
( mariposas de cobre pulidas en verano )
a ciudades de otoño, a jardines de adelfas,
hacia oscuros colegios de ventanas altísimas.
Nos dejaban la playa solitaria y desnuda
y quedaba en los muelles una tenue tristeza
( gaviotas varadas y algo hueco en las olas)
que jamás comprendimos. Las muchachas se iban
y llevaban los pechos como pájaros vivos,
y sus labios cargados de fresones maduros
se llevaban el sol de las tardes de agosto.
Y volvíamos solos, como gatos heridos,
otra vez con las cañas a las verdes chumberas,
a esquilmar los membrillos en los huertos de siempre
o a mirar los esteros con sorpresa en los ojos.
Nos fue nuevo sentir en la sangre abandono
y aprendimos a oír el silencio en las viñas,
a notar amargor en la piel de las uvas.
[Hoy ha amanecido pronto en el sanatorio…]
Hoy ha amanecido pronto en el sanatorio
y andamos todos locos buscando
nuestra ración doble
de Sinogán con leche.
Andamos todos
con pies desnudos de sosiego,
pisando el patio,
la basura bella y necesaria
de la aurora epiléptica,
la filoxera
dulce de la demencia.
Ya pronto los cuidadores,
los no contagiados,
los elegidos
y entendidos
en materia de salud,
comenzarán la asidua tarea ingrata
de repetirnos por radio,
prensa,
televisión
o circuito cerrado
las normas escritas del manicomio,
la guía de comportamiento
del loco fiel,
el manual de higiene y salud
mental, se supone,
que ha de regir este día.
Hoy ha amanecido marrón apagado,
asfixiante,
con la mala leche de los débiles
y el de la 215 ha vuelto a vomitar
una iguana blanca con pendientes de silicona
y un tetrabrik de miedo bajo el brazo.
[ ¿Adónde van los sueños, la sonrisa…]
Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando; ...
(J.R. Jiménez)
¿Adónde van los sueños, la sonrisa,
adónde la ilusión, dónde los años,
adónde la pasión, la voz, los caños
de luz y de color van tan deprisa?
¿Por qué la ola abrupta se hace lisa
y empiezo ya a contarme los peldaños
del tiempo y desempolvo los antaños
que ordeno como un viejo en la repisa?
Agarro con la voz y con los dientes,
agarro como un loco agonizando
los prados de mi tiempo y las corrientes.
Cualquiera que me oiga: estoy bramando;
mañana seré polvo entre vivientes.
Se quedarán los pájaros cantando.
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