Margarita Garcia Alonso
MARGARITA GARCÍA ALONSO
(Matanzas, Cuba - 1959 - )


(Matanzas, Cuba, 28 de enero 1959)
Licenciada en periodismo de la Universidad de la Habana. Periodista, poeta, y artista visual.
Ha publicado los poemarios Sustos de muchacha, (Ediciones Vigía, 1988), Cuaderno del Moro, (Editora Letras Cubanas, 1990). Maldicionario, Mar de la Mancha, y L’aiguille dans la pomme en Editions “Hoy no he visto el paraíso”, donde publica, además, el primer libro ilustrado sobre la obra de José Lezama Lima: Lezamillos  habitados; las novelas para niños: Garganta, y Señorita No y señora sí. Y la Novela: Amarar, Ediciones El barco ebrio, 2012.

Ha obtenido numerosos premios como pintora y otros tantos en concursos literarios. Laureada en la Taberna de poetas franceses, y publicada por “Yvelinesédition”, en Marzo 2006. Creadora de Editions Hoy no he visto el paraíso.

En proceso final de edición se encuentran los poemarios ‘La costurera de Malasaña’, y ‘Cuaderno de la herborista’. Así como la novela “ La pasión de la reina era más grande que el cuadro”.

Reside desde 1992 en Francia.

Ha editado poemarios a David Lago GONZALEZ, Alberto Lauro, Sonia DIAZ Corrales, Odette Alonso, Juan Carlos Recio, Pedro Assef, Maya Islas, Carlos Augusto Alfonso. Jesús Díaz. 

WEB/ http://margaritagarciaalonso.wordpress.com/
http://codelamarga.blogspot.com/  
FACEBOOK: https://www.facebook.com/Lamanguita


Huídas

“No me he hecho, me han hecho”. Goethe

Huí de lo que representaba esfuerzo y sobre todo
de la ventana donde vi pasar a Madame Bovary,
al perro, al descendiente de vikingo
con el pelo rojizo en las axilas.

Huí del óleo que latiga  mi vientre,
envenena las manos y salta a los muebles,
se enmaraña en mi pelo como una legión de enemigos.

Huí del aguarrás que come iris, vista, desvelo
Huí de la cola de conejo que seca, mata, e impone
esta imagen de drogada que deambula
hasta el estante de cigarrillos negros.

Huí de la palabra que doma,
del frasco en que piensa la gente,
del murmullo que desmiembra si mi nombre
no aparece en la sección de conocidos locales,
autorizados o negados poetas que chocan dientes
en el  interior de pequeños envases 
donde depositan la herencia.

Huí del campo donde jamás asenté cabeza
en  noche silenciosa, sin grillo, luna,
huí de donde perdí el gusto por la charla,
enfundada en  botas de cuero rústico, enlodadas
por la marcha en el bosque, vi el reflejo
de todo lo que vendrá al humano.
Huí del barranco en el que solía ser
Mer de la Manche sin interesarme
el último estreno.

Huí de mi apego a rumiar pasiones despiadadas,
huí de mi madre que cuenta el pulso,
desde la sombra me retiene en muchacha.

Huí de mi hija,
huí pavorosa arrastrando el mantel,
la alivié de mi inútil presencia
con mi carreta desvencijada
por los viajes que no puedo hacer
a cierta isla, y los largos inviernos.

Huí de las cajas repletas de cartas,
veinte años de exilio en sobres amarillos,
sellos de mariposas de un país que  encierra
al Hombre en un friso que nunca acaba.
Huí del indolente, del acuchillador
con la herida  redonda del ombligo
la  tripa colgando, enredándose  en los caminos.

Huí del pasajero incierto que toma vino
en la despedida aclaré que no hago promesas.

Huí de mí que era la muerte y la escasez de recursos.
No existe aún una sola  razón  para quedarme. 


El gato de Schrödinger.

Cuando falta la cola o la crin,
el caballo está enfermo,
es solo cuerpo que trota
sin la posibilidad espiritual del viento.

El sol se fue a putear al fondo de las nubes
después de hacerse el nulo en los acantilados.
Estoy recogiendo fragmentos,
quizás se salve algo de la mañana.

El  gato de Schrödinger ha desaparecido
supuestamente atado al caballo.

Un átomo radiactivo y una botella de veneno
ocupan el interior de mi cerebro donde nadan
el absurdo, la obsesión y el despilfarro.

Mi desespero no es por el gato muerto,
              estoy febril.
¿Dónde está el problema,
si yo no quiero saber la solución?

El pintarrajeado travesti se pavonea en la acera
con la ilusión de que el enano tuerto
se equivoque de estación.

La sombra acaricia entrepiernas,
toda ecuación del mundo está  en el sexo.


Le blanc souci.

«Le blanc souci de notre toile».  Mallarmé.


La blanca tela anuncia nieve en mis manos.
El trazado llega a la bisabuela.
Golpea el lino que cubre y quiebra
en presencia de un secuestro.

¿Quién decide esconderse en la tinta y nombrar?
¿Quién eludió el retrato y onduló mis cabellos,
¿Cuántos pigmentos rayaron mis ojos?
¿El mundo de ahora estaba hecho en el sueño de 
mi primera mujer sin nombre, la viciosa maga
que ordenaba telas con crujido de almidón?
¿Sabía leer o me dejó la oscuridad?
¿Sabía elaborar pociones, desvanecerse en el sexo?
¿Fue comprendida su caligrafía entre
 carruajes y cegueras?
¿Queda la gracia del gesto, la ironía,
el encantamiento?
¿El amante maldito dejó nombre?
¿Qué sutileza en los ovarios, qué pereza
 y semejanza al bulbo la preñó?
¿Obtuvieron causa, hubo rondas, destilaron vinos?
¿Qué llena el ánfora de mi pecho que la siente
 incomprendida y yo portadora de ir más lejos?
¿Hubo esterilidad, suicidios, hundimientos?
Alguien debe ser la causa de mis genes mal puestos.
El himen de mi madre fue arrasado bajo el murmullo de comadrillas.
¿Es qué sangró por todas?

Mi abuela fue al norte tomando la mano
de Gerardo Sabas, el querubín de la leche fresca.
¿Por  qué solo fueron setenta años de encuentro?
¿Qué leyó en la Tora el día de mi nacimiento?

Mi hija delicia con la uña, hinca mi ignorancia,
de sucesivas sé que es grave la tripa,
¿quién nos dejó escondites en las entrañas?
¿Quién me ha marcado este amor complejo,
 estos desalientos?

Me encuentro  impaciente de nominar culpables.
He sido penetrada por sucesivas enredaderas,
anduve sola traduciéndolas,  traduciéndome
a una lengua extraña, incesantemente en dudas,
vaciando palabras, contando letras.

En mi cábala enloquezco
de este salto que me arroja secretos.
¿Cómo confesar que fui fractura,
exiliada oscura en la noche de Europa?
Mujer unida a muertas fugaces, mujer alimento
de aves de paso y amé por ellas, amé en variantes
 e incesantes perdidas a un solo hombre.

He  llegado al contorno de mi sombra, mi perfil
se desbarata con la edad  y el triste ademán
de la pluma que cae.
Devoro el índice, la luz talla el orificio
que fluye hacia la nada
de eso que fueron hechas y yo carezco.


Madame Bovary.

Enfundada en  terciopelo  y encajes roídos
por  oraciones que aniquilan en medio de la calle
toco la ventanilla de los coches,
tiro piedras a la llovizna
de cualquier jornada en Normandía,

_todas se confunden para el ojo ciego _

Me he liado un cigarrillo,
no tengo ganas de zurcir guantes,
ni  de hablar a los viajeros, de nada
en el instante donde sé
que hay una aguja en la manzana.


Eje de cuentos.

Cuando te fuiste al chalé de la montaña
con cuatro turbios desconocidos
a fumar todo el fin de semana,
 mi vientre engendraba un feto que temía.

Recuerdo que la angustia nublaba las calles
y me preguntaban direcciones
y atrozmente entregaba
lo último que recuerdo estando viva.

Hubiese podido quedarme si no fuera
por mi frágil corpulencia y esa antigua
seducción hacia el desastre.

Heme de regreso al hueco de la aguja,
cabeza de alfiler donde las brumas queman,
los mediodías son plomizos lamentos
las tardes deshacen el mundo,
la anoche aterra.


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Autor: J. Lallemant
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