Melvyn Aguilar
MELVYN AGUILAR
(San José, Costa Rica - 1966 - )


Melvyn Aguilar Delgado San José, Costa Rica (1966)

Cursó estudios de Sociología en la Universidad de Costa Rica.

Es cofundador del Colectivo Octubre Alfil 4 y del Colectivo Voz Urbana, así como del Anti-Taller-Anti.

Ha publicado el libro de poesía Territorios habituales (Editorial Arboleda, 2006).

Ha sido incluido en las antologías: Poesía del Encuentro. Antología del VII Encuentro Internacional de  Escritores, Costa Rica 2010 (Media Isla Editores);  Noches de poesía en el farolito (Editorial Perro Azul, 2007);  Sostener la Pala­bra (Editorial Arboleda) y  Lunada Poética. Poesía Costarricense actual (Ediciones Andrómeda, 2005)

Su obra ha sido publicada en revistas como Los Amigos de lo Ajeno y Anuario de Arte Costarricense.

Publica el blog La Ratonera http://laratonenera.blogspot.com/ , es editor  de la revista literaria “La Mandrágula”  http://therollingbook.com/mandragula.html y  codirector de la Plataforma virtual  www.therollingbook.com   


Treinta Pesquisas

para el Laberinto de Ecinue

 

“Agora con la aurora se levanta mi luz, agora coge en rico nudo

el hermoso cabello, agora el crudo pecho ciñe con oro y la garganta…”

 

Fray Luis de León

 

I

 

Estamos

a la altura de la centella

-próximos-

al trozo de la noche

donde la diosa trenza su guirnalda.

 

Son las tres

                        Ecinue

suenan las antiguas arpas

con su delirio de cobre

hay paz en los sepulcros

magia y gas,

en el luminoso horizonte de la pupila.

 

II

 

Altísima la piedra

abre sus fauces de granito,

su vientre cavernoso y sereno,

todo el sur-trópico

–comulga–

en sus humedades

y hay comunión con la altivez

de los helechos,

la más notable obra de los dioses de otros tiempos

exponiendo sus vísceras minerales

sus edades, su memoria.

 

III

 

Fíjate bien

Ecinue

 

alberga en tus manos

– uno a uno–

los secretos del barro,

descifra, en esta hora imposible

los frágiles vestigios

de la concha,

el delicado códice

con que nos habla la osamenta

de los viejos moradores.

 

IV

 

He ahí

 el indicio,

la chispa primigenia,

que en otro tiempo

–descendiese del aire–

para iluminar

el acuoso universo de tus ojos,

para poblar vertiginosamente

tu carnosa lengua

con palabras.

 

V

 

Pero ahora…

concibamos tregua

 Ecinue

para que el rojizo enjambre de las  Leónidas

exhiba su cresta amatista

y reoriente su naufragio

durante el novem gregoriano.

Un pacto

            Ecinue

para que un dorado ojo

corone el cielo por unas horas,

preñando nuestro aire,

el aire.

 

VI

 

Entre tanto,

–durmamos–

luego…

ya tendremos noche,

para mezclar nuestros secretos.

 

VII

 

Ahora,

asumamos la quietud

que da el silencio

                        –sí, ahora–

silenciémonos.

 

VIII

 

Ya es de nuevo hoy

                                   Ecinue,

tiempo para ir de la afonía

a la nueva penumbra

–grávidamente por entre el aire iremos–

sin perturbar la claridad

que ya agoniza.

 

 

IX

 

Lleva tu linterna de nardos

–sopla y resopla, sus nobles estambres–

edifica y señala el camino

con tus aromas

para que desde el ahora

–todas y cada una de tus criaturas–

reconozcan el ayer

y sus signos.

 

X

 

Mira con esmero

Ecinue

cómo se desperezan

las anémonas del viento

            –son una y son cientos en una–

la noche toda es un enjambre

de gas y aleph en vítreo torbellino.

 

Mira con atención

                                   –en este ahora–

cómo se anima la bóveda de alados y

                                  /cobrizos leones

los mismos

que mañana adornarán las piedras de

                                         /Persépolis.

Mira y no olvides

Ecinue

a la serpiente con cuernos de carnero

ir de colmena en colmena

                        – por entre el aire–

de barro y oro la soñarán

tus criaturas

cuando fidedignas vean cruzar su faz errante

bordando en la humedad

a los sagrados nimbos del cielo.

 

XI

 

Ahora…

desciende,

Ecinue

instala tus des-alados sobre la heredad  sucedida,

sobre el polvo de los viejos astros.

Convoca los ciclos

emplaza, cita,

haz la llamada y nómbralos.

 

XII

 

Captura la gran gracia,

hilvana sus movimientos

en el ojo del arganeo, 

ancla su dorada-felina melena

a la montaña

y deja descansar

a la semilla y a la bestia.

Pronuncia Dominicus,

día venerable, Dies Solis profiere

                                          Ecinue.

 

XIII

 

Expulsa de tu boca las abejas

y asienta en las arenas

al cangrejo.

Para que vaguen,

haz bajar la lluvia

                        lundo, lundo, lundo

día azul  para la diosa con cuernos de plata

Dies Lunae

Ecinue

porque nacerán los peces, los ríos y el

                                                  /trigo.

 

XIV

 

Tus manos pon en la tierra,

remueve el asimétrico orden del cobre  y el basalto

y deja que tus criaturas, las terrestres,

exalten su marcial temperamento,

su latente vocación devastadora.

 

Dies Martis

                        Ecinue

ciclo de pecado y anatema

de danza y rito en Yabal al Shaikh

            –montaña de los venerables–

                        Carmen Saliare

día para degollar al cerdo, al toro y la oveja

para trozar raíces

y poblar la tierra de gusanos.

Día libidinal y feroz

Ecinue

estadio inferior y subterráneo

donde lo alado se convierte en lo

                                     /reptante.

 

XV

 

Dies Mercuri

Ecinue

se mercarán tréboles

en las fauces de la ciudad,

tomillo salvaje y alma de abedul

                        -y no habrá temor-

ni lince blanco,

ni cocodrilos evitando el caos.

 

Alzarán vuelo

tus criaturas predilectas

con sus atavíos de fuego esencial

            –y sin marca, ni número–

evitarán la rueda transformadora del

                                            /devenir,

desafiando el orden.

Y tú, pondrás un soplo tibio

Ecinue

sobre una flor púrpura.

Y así, nacerá el desequilibrio

y la mutabilidad.

           

XVI

 

Ahora, de nuevo en el aire

Ecinue

deja un pétalo de helio

en las entrañas de Pasifae,

una lágrima de Príamo en Ío

y un beso en la boca de Ananké.

Porque hoy es Dies Jovis

                        y tus niñas duermen

en el polvoroso enjambre

que va dejando el jugueteo de Adrastea

                                          /el travieso.

Sin prisa asciende

a la morada de los vientos

                                   Ecinue

donde Héctor

custodia por siempre

la vieja lámpara de los gigantes.

 

XVII

 

Dies Veneris

otorga

Ecinue

para que desde el aire altísimo

dejes caer tu leche y tu sangre

sobre los campos,

para que de la tierra brote una flor única

y todas la aguas fluyan a su epicentro

y haya miel y fruta

en el hocico de tus criaturas.

 

XVIII

 

Sabbath

Ecinue

para las aves y el felino

para la abeja y el plantón

Sabbath

Ecinue

tan solo, Sabbath.

.

XIX

 

De nuevo estamos

a la altura de la centella.

                                   Y la diosa,

renovada y serena,

suavemente apagará

su lámpara.

 

XX

 

Duerme

entonces caracola

duerme bien y tranquila

                                   –niña–

que tu catedral de piedra mínima

salva estará por los siglos de los siglos

en la espesura del musgo.

Duerme bien

que en el boscaje

verde–cárdeno

nadie perturbar

podrá

tu templo de calcita y pétalo.

 

XXI

 

Descansa,

ahora descansa tus plumas-párpados,

–que suaves caigan sobre el mundo–

porque de vastos herbajes

se alimentarán tus criaturas

                        predilectas

y nada le faltará

al toro y al caballo

en las extensas llanuras del liquen.

 

Deja que la noche suave se derrumbe

sobre tus feroces membranas de ángel.

 

XXII

 

Duerme bien

caracola

y que tu concha

de soplos y murmullos

firme se cierre

ante el odio y el espanto.

 

XXIII

 

Duerme y olvida

olvida y sueña

                        sueña y retorna

con la primera luz de tus pupilas.

 

XXIV

 

Duerme

                        Ecinue

duerme, duerme, duerme

que ya desde lo alto,

                        –como un rayo–

la abeja, en su tránsito de nieve

ha coronado con trigo

                        tu cabeza.

 

XXV

 

Y qué importa si las gentes

te olvidaron

            –no tus criaturas–

sino el Cídipe.

Qué importa

si ya nunca más estarás sola

                                   Ecinue

pues tu voz será eterna

y un niño de arena

–transitando estará por siempre–

las tribus de olores y rosas

que fundaste.

 

XXVI

 

Y desde ahora

Ecinue

serás tú quien habilite la uva

donde crecerá potente

el vino.

 

XXVII

 

Tus hojas ya no caerán

y todo cuanto soñaste

                  –prosperará en su tiempo–

porque fuiste árbol plantado

junto a arroyos de agua

                                   –allí mismo–

donde la rana es eficaz

y la azucena se contagia

                        de tu cuerpo luminoso.

 

XXVIII

 

Ecinue

porque dentro de ti,

por tus arterias

de mujer y alondra

            descienden y se agrupan

anchas temperaturas matinales.

 

XXIX

 

Y porque fuiste ayer

                         pulpa negada

ahora te llamarán

                        con gritos

y tu permanecerás

                                   muda.

 

XXX

 

Y nuevamente

con el fuego te irás

y volverás con el fuego

                        –ese será tu tránsito–

y por siempre

un ciervo blanco

pastará en la memoria

del mundo.



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