RAÚL HERNÁNDEZ VIVEROS
(Veracruz, México - 1944 - )
Raúl Hernández Viveros, Ciudad Mendoza, Veracruz, 9 de diciembre de 1944. Autor de los libros de cuentos La invasión de los chinos (1978); Los otros alquimistas (1980); Los tlaconetes (1982); El secuestro de una musa (1984); Una mujer canta amorosamente (1985); El talismán del olvido (1992); Días de otoño (1995); La conspiración de los gatos (1997); La generosidad divina (2007), la novela Entre la pena y la nada (1985) y los libros de ensayos: La nictalopía de Sor Juana Inés de la Cruz (2000), Memoria y pensamiento (2001), La Mitología de Roberto Williams García(2002), y Relato Español Actual (2003), libro que lleva varias reimpresiones en la Península ibérica, editado por el Fondo de Cultura Económica y la UNAM. La generosidad divina, (2009), y Los impertinentes (2012).
Durante una década estuvo a cargo de la revista La Palabra y el Hombre, y del Departamento Editorial de la Universidad Veracruzana. Actualmente tiene a su cargo la dirección de ediciones y la revista Cultura de VeracruZ. Realiza actividades académicas en el Instituto de Antropología de nuestra Máxima Casa de Estudios. El 12 de diciembre de 2011 recibió un homenaje por su trayectoria literaria con motivo de los XV años al frente de Cultura de VeracruZ.
De la generosidad divina
En recuerdo de Juan Vicente Melo y Sergio Galindo
Se acorta la distancia de la virtud
entre lo que fui, soy, moriré puntual:
un simple nombre de una persona,
o las aventuras juveniles en verano.
Y en el otoño las flores marchitas
de la reflexión, sin la luna de octubre
estoy más enamorado de la vida.
Sin embargo, cada día ella me olvida
dejándome en el abandono de mi cuerpo.
Un vino otoñal por si el ocaso
llega antes de finalizar la botella.
Cinco ángeles vigilan a los tragos
inmersos bajo el encanto inútil
de noches jubiladas; en el cielo
temblando brilla la luna completa,
y el desafiante movimiento hiere
el amor ancestral donde estuvimos.
En plena infancia sonriente la vida,
en este instante de lejana oscuridad.
Avanzan los momentos que silencian
las palabras y aniquilan sonidos;
el invierno agoniza mientras
la voz conserva el resabio de la nada.
El triunfo de luciérnagas resplandece
detrás del brillo demasiado desolado,
que se diluye entre los hilos cristal;
de copas vacías con estelas, reina
en la otra habitación, donde nada
hiere a nadie; no se sabe qué sucede
porque habita el helicantropo
dentro de mi cuerpo entumecido
nostálgico; la impronta de los soles.
Cuando despierto los sueños huyen rumbo
a la vida escondida en la niebla.
Tengo miedo de subirme a un árbol
para quedarme a dormir en la rama
alta y próxima: estar en el cielo.
Y en el fondo de mí late la gloria
de haber sido un testigo de hechos
heroicos, fallecimientos conocidos,
invisibles delante en la lucidez.
Anhelando en sus rostros la plenitud
de la creación: sus historias efímeras.
Al agonizar trasmitieron espíritu
de los sueños entre las montañas, lagos,
océanos que se irán de mí cuando sea
la hora de abordar hacia el viaje.
Donde mi peluquera se quedó ciega
cortándome cada una de mis ideas
y Lili me ofrece piezas de oro:
con resignación le muestro en mis manos
los espejos que reflejan nuestros rostros.
Y me hago la pregunta que se planteó
José Hierro dice: “tanto para nada”.
A pesar de su apellido se nos fue
como entre la inspiración terrenal
soñar alcanzar la bóveda celestial.
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